Afectos
>> domingo, 26 de diciembre de 2010
Siempre le atrajo ese jardín, sus colores, sus formas, los seres que lo habitaban, la vida que había en él. Cada día se acercaba tímidamente y durante horas los observaba jugar, divertirse, interactuar. Sabía que no había espacio para él : esos miembros de su especie formaban un todo, una manada, una familia y no aceptaban intrusos.
Un día , grande fue su sorpresa al escuchar que uno de ellos, el más solitario del grupo, le llamaba y le miraba entre curioso y amable. Quería saber por qué se interesaba en ellos. Poco a poco se conocieron y nació entre ambos un afecto sincero, una amistad profunda. Si fueron días, semanas, meses o años no importa mucho. Ese lazo indestructible permanece más allá del tiempo y del espacio, ese espacio que guarda sus secretos, sus sueños y su vida.
Sabía que no formaba parte de esa manada, que no podría traspasar ese limite impuesto y que había aceptado respetar. Sabía que su compañero de aventura no abandonaría nunca ese jardín , ni a los suyos y que la puerta nunca se abriría para él. Sin embargo lo dió todo en esos días de vida compartida, de confianza y entrega mutua. Cada atardecer, cuando su pequeño amigo se reintegraba a su hogar, él se alejaba cargando su dolor y su soledad y vagaba hasta caer rendido en algún rincón de una calle solitaria y fría.
Un día ya no se le vió más. Intuí y callé. Sabía que sólo podía haber una razón para esa ausencia. Miré con tristeza al pequeño que lo buscaba, sabía que sufriría, que no olvidaría, pero sabía también que volvería a lo suyo, a su grupo y que en silencio retomaría su vida.
A veces al mirar hacia el jardin veo una silhueta moverse entre las demás, una silhueta que nadie ve, que sólo el afecto percibe : hoy forma parte de ese jardín que le fue vedado y su pequeño amigo es ya su hermano.
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